Eco de las mareas; una reunión incómodamente necesaria.

Este relato breve toma lugar en paralelo a los eventos de la 09 - La niebla de los deudores.

Solicia recibe la madrugada con un escalofrío. La niebla, antes una vieja aliada de los contrabandistas y poetas, ahora se arrastra por sus callejones como un animal herido. En los muelles, los marineros han dejado de cantar. Los reflejos en las aguas del puerto ya no muestran el cielo, sino otra cosa. Algo que observa. Solo Sophon sabrá que destino depara al mar del sur.

En las criptas antiguas, olvidadas bajo el suelo del continente, las estatuas tiemblan. El eco de palabras olvidadas se cuela por las piedras. Hay algo que vuelve. Y con ello, el miedo.


La sala se hallaba sumida en una penumbra húmeda, quebrada sólo por el reflejo danzante de lámparas de aceite. Bajo el domo cubierto de algas y vidrios de parcialmente refractarios —el Refectorio Antiguo del puerto bajo de Solicia— se reunían los líderes de las tres grandes facciones junto a sus aliados más fieles. Afuera, la bruma cubría la ciudad como un presagio.

Thalassar, el Tridente, se mantenía erguido con los brazos cruzados sobre su pecho azul verdoso a una altura casi ridícula pero que contrastaba con su mirada. Sus ojos abisales amenazaban con desconfianza a los presentes.

—¿Cuántas veces más debemos advertir sobre los puertos del norte? —gruñó—. Nuestros grupos de reconocimiento han confirmado lo que temíamos: el astillero abandonado ya no está vacío. Bandidos... o lo que queda de ellos. Actúan erráticos, hablan solos. Están... tocados.

Nivis, su mano ágil, asintió desde una esquina. Draxian permanecía en silencio, con el casco puesto, observando a los Dastina como quien vigila a predadores con corbata.

Kaelar, susurro del viento, se inclinó levemente desde su asiento hecho de madera rojiza.

—Nosotros también hemos perdido contacto —dijo en voz baja—. Razael lleva seis meses infiltrada en Freyton, sin noticias. Y R'Odrak ha tenido que moverse entre sombras en más de una ocasión para no ser visto. El flujo de los Reflejados en Ynfra ha enturbiado hasta los senderos más antiguos.

Indiga acompañaba a Kaelar en una silla metálica a su derecha, y entrelazó las manos con ansiedad sobre la mesa.

—Los símbolos antiguos han vuelto a aparecer. Algunos lugares... responden a su presencia. Como si despertaran tras siglos de sueños profundos.

Leovara, líder de la mano invisible, soltó un siseo seco y ensordecedor mientras acomodaba su melena por detrás de su oreja, dejando ver algunas vetas de color cobre.

—¿Y entonces? —bufó Val'Ary desde su sillón de terciopelo gris a la izquierda de la líder felina. Su tono intentaba ser dulce, pero se notaba un desencaje absoluto con su mirada punzante—. ¿Vamos a esconder la cabeza bajo el barro cada vez que un Reflejado pronuncie un cántico?

—Fuiste tú quien abrió la compuerta —interrumpió Draxian con voz grave—. Tú y tu hermano llenaron los muelles de sombras y ecos.

Ellisar, de pie a la derecha de la Tabaxi, alzó la copa de cobre que sostenía, indiferente.

—Nosotros sólo dimos paso a una oportunidad. El continente dormía, y ahora despierta después de varios siglos. No toda agitación es enemiga, tritón.

Leovara, que hasta entonces no había emitido palabra, se incorporó con una velocidad electrizante.

—¡Ya basta! Los aristócratas del sur observan. Se preguntan si Solicia sigue siendo una nación independiente o sólo una hoguera sin control. Tenemos suerte de que hayan desistido en aquel entonces. Sino estaríamos bajo su tutela rígida. Si queremos conservar esta ciudad —y nuestras posiciones—, debemos presentarnos como una unidad. Un frente común. Al menos, en apariencia.

Thalassar caminó hacia el centro.

—Entonces respondamos con claridad. ¿Cómo vamos a mantener el control de Solicia y mostrarnos como una unidad?

Hubo silencio de varios segundos. Una corriente de agua helada se deslizó contra los ventanales.

Kaelar fue el primero en hablar:

—Coordinación. Reuniones cada luna llena. Envío de informes compartidos. Si una facción actúa, las otras deben saberlo.

—Y protección —añadió Indiga—. Algunos lugares antiguos están despertando. Velmorith, por ejemplo. La hermandad ha notificado sus acciones y no debemos hacer oídos sordos. Los Reflejados podrían estar buscando algo más que presencia. Algo... arcaico. Aún no sabemos donde está la otra reliquia que llegó al sur.

—Y... tenemos un recurso más —dijo Thalassar con un tono más meditativo—. El grupo liderado por Threin demostró eficiencia. Y algo aún más importante: no están atados a ninguno de nosotros, y su historial pareciera estar limpio. Eso los convierte en un potencial grupo de exploradores ideales. Regresaron al puerto con información valiosa, y aún más importante: con la voluntad de actuar. No son muchos los Sapientias que estan dispuestos a dar su tiempo y recursos en este contexto. Puedo intentar ofrecerles un contrato en nombre de Solicia, no de una facción puntual. Creo que es la mejor forma de honrar a la Corte Marina.

Ellisar apretó los labios, su mandíbula tensa. Miró a R'Odrak con dureza, pero no dijo nada. Sus sospechas acerca de que ese grupo fue enviado por el dragonborn a robar el pergamino de Cenesh estaban al borde de la confirmación. Y, si eso salía a la luz, su posición estaría comprometida. Más aún ahora que Draxian lo había mandado al frente sobre los reflejados. En su bolsillo apretaba una copia del manifiesto que firmó la hermandad sobre el barco que comandaba Threin... y algunas cosas no cuadraban. Su silencio fue su única defensa. Conocía bien a Dorogul, y sabía que era su punto de entrada.

R'Odrak, por su parte, devolvió la mirada sin temor. Confiaba en Indiga, y ella ya le había informado sobre la presencia de Cardin. Más aún: el pergamino robado parecía revelar la posición de refractos y reliquias que, sin saberlo, el grupo tuvo bajo sus narices antes de confluir en Solicia. El destino, o quizás algo más, los estaba guiando.

Val'Ary y Ellisar intercambiaron miradas. Fue Colmillo Afilado quien respondió:

—Podemos mantener a los reflejados fuera de los mercados y las plazas, y así manipular su flujo. Ynfra es demasiado grande para pretender un alcance mayor por fuera de Solicia hacia el noreste. En el sur se ocuparán los aristócratas. Si los dejamos moverse libremente fuera de la ciudad, será el menos peor de los males a afrontar. Pero nos costará recursos. Y silencio.

Thalassar asintió, lento.

—Los puertos abandonados del norte deben reforzarse. No podemos darnos el lujo de dejarlos a merced de cualquier curioso. Daremos hombres en el mientras tanto, pero habrá que expandir nuestras posiciones si el sur comienza a avanzar. No podemos convocar a los nuestros hacia Velmorith ya mismo. Si los reflejados buscan un centro, no lo tendrán.

El tritón miró a Kaelar, luego a Indiga. Y sin verbalizar los tres asintieron. Goblepott les haría saber el estado de situación, y cuales eran los planes. Ella se retiró y dejó la sala para ir a encontrarse con el grupo.

El elfo de bosque cerró los ojos un segundo. Luego los abrió con resolución.

—Entonces que así sea. Una ciudad, tres nombres. Una máscara ante el sur.

Nadie aplaudió. Pero todos asintieron. Uno a uno se levantaron de sus asientos, y abandonaron el Refectorio. Afuera, la niebla se había disipado lentamente sin dejar rastros.


Horas después, cuando la sala quedó vacía, una figura encapuchada barrió los restos del encuentro: copas medio llenas, migas de pan de algas, un viejo mapa olvidado con una mancha de vino sobre Velmorith. La figura se detuvo. Retiró la capucha y dejó ver un rostro joven —al menos para un humano— con ojos blancos como perlas.

Se inclinó, tocó la mancha, y susurró:

—Ya han decidido. Pero el refracto... aún está dentro.

La lámpara más cercana parpadeó, y luego se apagó.